Originalmente publicado en Noche y Niebla – El Universal 20/05/13

*Samuel Kenny

Durante los disturbios de Seattle de la Organización Mundial del Comercio en 1999 se declaró en muchos medios tradicionales, que empezó una nueva era del activismo; que los ciudadanos empoderados por nuevas tecnologías podían tumbar los sitios webs y las reuniones de los más poderosos; que gracias a las nuevas tecnologías de la información se podían organizar mejores protestas callejeras, caer las operaciones de relaciones públicas y más. Etc. Hasta Hollywood dedicó una pelicula sobre el tema.

Ahora que estamos de pleno en el siglo 21, ahora que la era digital es una realidad, que las redes sociales tumban a políticos de todo tipo e incluso sus familiares, ahora que se firman ciberpeticiones para causas de derechos humanos www.change.org , ahora que Bill Gates es un jubilado y que hasta las películas de Matrix parecen de otro siglo, ¿ahora qué? ¿Cuál es el futuro del activismo? ¿Cuáles son las preguntas que debe de preguntarse un activista digital ?

Mucha gente conoce la expresión internet 2.0. A veces, se hace referencia al uso de redes sociales para incrementar la interactividad de los datos disponibles en la ciberesfera. También existe la expresión web 3.0 que tomamos aquí en el sentido de convergencia entre los espacios digitales y la realidad (para ver otras acepciones del término ver artículo web3.0 en wikipedia). Ahora bien, ¿qué se debe de preguntar un activista para acercar la realidad física y la digital?

¿Qué tan confiable es?

Cuando arrancó el Internet, había poca información libre y disponible. Ahora en 2013, estamos en un mundo rico en datos. En México ya van 46 millones de internautas y la mayoría utilizan dispositivos móviles como laptops o móviles.

Consecuencia directa de este arranque fenomenal: los espacios digitales están llenos de datos chatarra. Información poco confiable, trolls y robots invaden los espacios digitales, en particular políticos. Se acumula información sin análisis, sin explicación de contexto y además es de natura polémica. Por ejemplo el evento de las grabaciones audios entre PAN y PRI de este mes fue particularmente bien estudiado por la revista digital Sin Embargo. El medio electrónico demostró que se infló el peso y el impacto de dichas filtraciones gracias al uso de cuentas falsas en Twitter, los bots. Éstos replicaban el mismo mensaje para apoyar artificialmente la fuerza de los argumentos de un campo en las redes sociales.

Otra anécdota: un ex-empleado de un gobierno pasado me confesó que estaba empleado a veces para crear estos bots y ocupar los foros de conversación con comentarios “oportunos”. Creaba personalidades con currículums, reacciones típicas, educación, etc. Escribía estos “avatares” en un gran pizarrón para no perderse entre ellos…

En este contexto de manipulación de las redes sociales, el reto número uno del activismo es ubicar fuentes de confianza. Aprender a detectar y denunciar los trolls, rechazar las informaciones fabricadas sin rechazar todas las redes. Eso dicho, ¿en quién confiar? Aquí van unas preguntas que, desde la CMDPDH, nos preguntamos antes de dar un RT o un like: ¿Quién es amigo de quién? ¿Desde cuándo existe la cuenta? ¿Sobre qué tema opina? ¿Repite siempre lo mismo? ¿Escribe sus propios textos un usuario o solo replica contenido? Es muy politizado o polémico? ¿Tiene nombres de países lejanos y usa coloquialismos mexicanos? En caso de responder demasiado “sí” a estas preguntas, ponemos estas cuentas bajo observación y si es necesario les quitamos de nuestras listas de contactos.

¿Qué tan visible es? Oro reto pendiente del activismo digital: la poca atractividad de la información disponible. Muchos textos y cifras en letras negras sobre fondo blanco. En una época con límites de 140 caracteres demasiados textos de ONGs y activistas se quedan en repositorios, con muy pocas lecturas. Al no ser visible, no se cumple con el objetivo de ocupar espacios digitales para generar debate y concientización.

Unas de las herramientas disponibles menos exploradas son los mapas de geolocalización de datos. Desde algunos años se multiplican proyectos de éste tipo, en particular en Estados Unidos.

La idea es simple: los mapas de lugares físicos como las calles, ciudades o países ya no son propietarios gracias a proyectos como Open street map o Google maps. Además de ser fáciles de acceso, estas plataformas permiten vincular puntos geográficos con links, imágenes o cualquier tipo de dato. Un ejemplo muy concreto de este tipo esel proyecto “harrassmap” en Egipto. En un mapa, utilizando la plataforma Ushahidi, las mujeres de Egipto pueden denunciar en internet, por mails o por mensajes de texto de celulares, todo tipo de acoso, ataques o violaciones que sufren. Más allá de indicar el número de eventos por lugares, se puede demostrar a qué hora del día estos ataques surgen, o el día de la semana y si hay vínculos entre eventos, por ejemplo entre acoso sexual y violaciones. Otro ejemplo muy concreto, y más desarollado, es la plataforma Infoamazonia sobre el impacto de las minerías en la selva amazónica. Con base en mapas de satélites y declaraciones administrativas de extracción, este mapa muestra el impacto socio-ambiental de proyectos de minería en las reservas indígenas, la deforestación, etc. Cada punto de evento puede ser vinculado con una historia que permite dar contexto e análisis a los mapas.

¿Que tan libre es ?

En México, algo extraño está sucediendo. A pesar de no caer en un sistema totalitario, el silencio sobre violaciones a derechos humanos en medios se hace más y más presente. Todavía no hay análisis de fondo disponibles pero se nota que menos medios, en particular de los Estados, reportan conflictos entre grupos criminales. El siglo del Torreón siendo el último ejemplo de esta autocensura. A pesar de que sus razones son evidentes y totalmente comprensibles – no se puede garantizar la seguridad de los empleados- esto genera un ambiente particularmente preocupante.

Frente a este silencio, emergen algunas soluciones digitales. Una de ellas fue identificada por los autores del estudio “The New War Correspondents:The Rise of Civic Media Curation in Urban Warfare”. Éste estudio demuestra que unas de las mejores fuentes de información en zonas conflictivas de México son los “curadores de redes sociales”. Periodistas evadiendo la autocensura gracias al anonimato o simple ciudadanos asumiendo su indignación, estos curadores reportan eventos violentos de todo tipo y de manera sumamente reactiva. Ésto para que los ciudadanos no entren en zonas de balaceras. Son maneras de evitar auto-censura. Hasta existen apps gratis par dispositivos móviles como AlertaLaguna editado por BlackBear apps para Android que agrega todas estas alertas en la zona lagunera del centro de México.

Faltan más preguntas que nos parecen importantes como por ejemplo : ¿cómo archivar todos los mensajes de actores claves, que sean políticos o instituciones, para monitorear sus contradicciones futuras? ¿Cómo difundir medidas de seguridad electrónicas concretas y factibles para los activistas? ¿Cómo crear redes de defensores de derechos humanos de más alto impacto para incidir en la agenda política del país? Y más….

Muchas de estas preguntas quedan abiertas. Solo falta aplicarlas, difundirlas o hasta cuestionarlas.

* Samuel Kenny es el director del área de comunicación de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos.

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